Aprovechamos el día festivo de nuestro pueblo, Boadilla del Monte, que se celebraba el primer fin de semana de Octubre e incluía el lunes día 6, para hacer una breve escapada al Parque Natural de Redes. Tracé un pequeño itinerario gracias a la información obtenida a través de Internet, pero principalmente de la impresa que me facilitó una compañera, muy valiosa, además de poder contar con sus acertadas opiniones sobre la zona. Charo, gracias por ello.

Partimos después de comer  por la A-6 rumbo a alguna de las areas  asturianas cercanas a nuestro destino (Mieres, Langreo, San Martín o Pola de Laviana) pero un atasco ocasionado por obras, nos retrasó y la noche nos sorprendió antes de Mieres, por lo que decidimos pasar la noche en el area de esta localidad (N 43º 15' 7'' / W 5º 46' 51''). Aunque no resultó ser muy acogedora, sí fue tranquila.

A la mañana siguiente partimos rumbo a Soto de Agues, a la entrada del Parque Natural de Redes, pero nos dimos cuenta que a nuestra perra, aquejada ya de leishmania, no le habíamos puesto la “pipeta” repelente de mosquitos, entre ellos el temible flebótomo transmisor de ella, así que tuvimos que parar un par de veces buscando un centro veterinario donde adquirirla, lo que conseguimos en Pola de Laviana. Esto retrasó algo nuestra llegada al primer punto de destino del día..

Dejamos la autocaravana en un amplio aparcamiento que hay a la entrada de Soto de Agues,  donde me imagino que no habría problemas para pernoctar.

De aquí parte la Ruta del Alba, de unos 15 km de longitud, ida y vuelta y que asciende muy suavemente remontando el río Alba.

Aunque el día es algo gris, no había lluvias previstas así que nos preparamos para comenzar nuestro camino. La longitud de la ruta y la hora de partida aconsejaron que lleváramos comida, además de chubasqueros y paraguas.

El camino  comienza en un lavadero que dejamos a nuestra derecha y desde allí una ancha pista forestal de hormigón flanqueada por enormes castaños que han soltado ya muchos de sus frutos, en suave pendiente nos conduce hasta una piscifactoría. Los castaños se mezclan con robles y avellanos entre otras especies hasta llegar a unas pequeñas brañas, en donde la pista deja paso a un sendero más estrecho que corre paralelo al cantarino torrente que ya no dejará de acompañarnos hasta el final y que discurre encajonado entre verticales paredes de roca formando numerosas y bellas cascadas.

Atravesamos dos bonitos puentes de medio punto construidos en piedra caliza y que apoyan sus arcos sobre las paredes de la garganta rodeados de abundante vegetación  y es en el segundo donde podemos contemplar una de las más hermosas cascadas.  

Las hayas de troncos retorcidos han sustituido a la mayoría de los castaños y pueblan ahora el tramo por el que discurre la senda. Crecen como pueden, y se mezclan con tejos, tilos, sauces. Los líquenes y el musgo tapizan cualquier superficie. Y tras dejar a ambos lados las imponentes y doradas paredes verticales por las que discurre el río llegamos al final. Ante nuestros sorprendidos ojos se abre de repente un paraje amplio de praderas rodeados de alturas de cerca de 2000 metros.

Junto a un refugio hay ya grupos de gente que sentados en las mesas  toman un refrigerio. Nosotros hacemos lo mismo y después, cansada, me echo sobre el tablón que hace de banco. Acariciada por el sol, arropada por el silencio y los murmullos cercanos y tenues de conversaciones, me quedo dormida, felizmente dormida….
Iniciamos el regreso. Han sido 7,5 kilómetros que aunque en suave ascensión, no dejaban de pesar. Afrontamos ahora los 7,5 de descenso. A mitad  de camino noto que comienzan a dolerme los dedos de los pies, y luego el dolor se extiende a todo el miembro…y de allí, pasa a la cabeza…Se nos hace quizás un poco largo.

Ya en el tramo final vamos deteniéndonos a recoger castañas que sacamos de sus erizos con los pies para evitar pincharnos. Nos comemos algunas pero la mayoría las guardamos.

Antes de llegar a la autocaravana atravesamos algunas calles de esta bonita localidad. Las nubes grises se van cerrando sobre nosotros y unos minutos después de llegar, sobre las 16,30 horas, rompe a llover, primero intensamente y luego más flojo.

Yo estoy tan cansada que trepo a la cama y en la misma posición que caigo…me vuelvo a quedar dormida mientras que oigo el golpeteo de las gotas de agua sobre la claraboya. No comprendo por qué estoy tan cansada. Practico deporte regularmente y 15 km no son tantos. Quizás la explicación más plausible sea que a estos kilómetros he de sumar los hechos por carretera y después las idas y venidas buscando la pipeta de desparasitación de Tula. Quizás sea eso.

Una hora después muy despacito, vamos moviéndonos. He previsto hacer mañana la excursión a la cascada’l Taballón que parte de Tarna, justo al otro extremo del parque, a unos 30 km, por lo que mi intención es buscar algún sitio donde poder pasar la noche cerca de allí.

La carretera discurre tortuosa junto al río Nalón al que vamos dejando a nuestra derecha. Pasamos un embalse para buscar el centro de interpretación del parque en Campo de Caso en cuyo aparcamiento, si es llano, podríamos pasar la noche, pero una vez que llegamos allí, comprobamos que está inclinado y que solo podríamos disponer de un sitio que está ya ocupado por un todo terreno, así que decidimos probar suerte en Bezanes donde yo había localizado a través del google eart un posible aparcamiento, pero la definición de imagen era tan mala que no pude confirmarlo.

Nada más llegar a esta localidad y a nuestra derecha, aparece un aparcamiento plano y amplio y pese a que está junto a la carretera, ésta nos parece muy tranquila, así que allí decidimos esperar la noche y pasarla.

Los pronósticos se cumplieron y la noche transcurrió muy tranquila y a primera hora de la mañana únicamente oímos los cencerros lejanos de las vacas. El día parece gris y la niebla cubre parte de las cimas de forma caprichosa, creando un entorno  encantador, algo fantasmagórico y muy otoñal.

Después de desayunar pregunto a una lugareña por una panadería….y me manda a Campo de Caso, a 7 km, o ya a Castilla y Leon. Como no tenemos ni gota de este, para mí, preciado manjar, nos vemos obligados a regresar  sobre nuestros pasos encontrándola cerca del Ayuntamiento.

Continuamos por la tortuosa carretera que discurre por la garganta del Nalón hasta que nos desviamos a Tarna, pueblo destruido durante los violentos combates que enfrentaron a las tropas republicanas con las brigadas navarras de Muñoz Grandes que intentaban acceder a la zona central de Asturias por esta carretera.

Dejamos la autocaravana en la plaza donde hay varias plazas de aparcamiento. Es pronto, tan solo las 9,30 o 10 de la mañana y nos preparamos para abordar esta ruta, la cascada’l Taballón de casi 10 kilómetros, 5 menos que ayer, por lo que estamos más animados.

Preguntamos a un grupo de paisanos que departen tranquilamente por el camino. Nos indican una pista de hormigón que nos lleva al cementerio. El camino, bordeado por muros de piedra que demarcan pequeños prados,  asciende  en pronunciada pendiente. Y nos empieza a llamar la atención la envergadura de las hayas que nos van dando paso. Son gigantescas, enormes. Puedo decir sin duda, que son las mayores que he visto hasta ahora. Crecen retorcidas, elevándose majestuosas y orgullosas sobre sus raíces, también retorcidas, algunas entre rocas y otras  casi en el aire. Al estar elevadas,  no puedo abrazarme a ninguno de sus troncos como me gusta hacer cuando por sus muchos años, han sido testigos mudos del devenir de la historia. A lo lejos podemos oir los bramidos de los ciervos en plena berrea.

El camino se suaviza y  se estrecha para convertirse en senda de tierra que se interna en la espesura y frondosidad de un hermoso bosque de hayas por donde apenas puede penetrar la escasa luz del sol que se escapa de entre las nubes. Hemos dejado de oir los bramidos y  el silencio es solo roto ahora por las gotas de agua que acumuladas en las hojas, se dejan caer de vez en cuando sobre un mullido suelo vegetal. Atrapados por la magia que siempre ejercen estos bosques, seguimos avanzando en silencio.

Cuando nos hablamos, lo hacemos casi en susurros, para no romper el hechizo del lugar y del momento. Nos vamos parando para contemplar las distintas setas que se asoman, algunas tímidas entre las hojas del suelo, otras, menos vergonzosas, se agrupan en los troncos de las hayas. Y me gusta acariciarlas, sentir su suavidad. Hay una en concreto que parece gelatina; me atrae su extrema fragilidad y cuando veo que Tula se acerca a olisquear tiemblo pensando que la puede romper al más mínimo roce. Atravesamos arroyuelos, bellos puentes y rincones muy hermosos, de exuberante vegetación. Y la paz es casi total. Nos dejamos atrapar y absorber por estos momentos difíciles de describir, ya que todo el entorno contribuye a trasladarnos al escenario de algún cuento de hadas. Creo que si hubiera visto saltar algún elfo, gnomo, trasgo, o hada….no me hubiera sorprendido.

Y continuamos. El camino deja de ascender para discurrir por la ladera hasta que de pronto se abre frente a nosotros  y a unos 400 metros, paredes casi verticales cuajadas de hayas, algunas de las cuales comienzan a pintarse ya de otoño. ¡qué lástima! Unos días más y habríamos encontrado este bosque rebosante de toda la magia de los colores que regala el otoño. De una de ellas se descuelga la cascada.

Ahora descendemos por esta cañada desnuda de hayas para llegar hasta el borde del arroyo que cruzamos. En un punto concreto las señales de la senda nos envían a nuestra izquierda, pero ésta se ha transformado volviéndose tortuosa y con abundante vegetación baja que dificulta el avance.

Avanzamos dificultosamente  pisando ramas, raíces, piedras, o subiendo pronunciadas pendientes que por la humedad se van a convertir en toboganes cuando tengamos que bajar por ellas. Se hace muy penoso, tanto, que dudo de si llegaremos o no. Pienso que nos hemos equivocado. Pero llegamos a la base, o al menos lo más cerca que podemos ya que el paso siguiente hubiera sido intentar atravesar el río con un riesgo elevado de caernos, así que nos damos por satisfechos. Contemplamos por unos instantes esta bonita cascada, que, aunque hermosa, comparada con el camino que hemos hecho, no lo es tanto.

Ahora hemos de iniciar el regreso. No hemos encontrado otro camino, como pude pensar inicialmente, así que asegurando cada paso, volvemos sobre nuestros pasos. Y lamentablemente los pronósticos se cumplen y la ladera húmeda se convierte en algo parecido a una “pista de deslizamiento”. Angel se cae varias veces y es que nos vamos agarrando a donde podemos, pero es muy difícil, sobre todo si no se lleva un calzado adecuado como es nuestro caso, y no tenemos edad ya para sufrir una mala caida.

En muy poco tiempo estamos de nuevo en el camino. Tengo la sensación de que he tardado menos en volver que en ir. Ascendemos ahora la suave pendiente que nos saca de esta cañada para introducirnos de nuevo en el mágico bosque. Ahora nos vamos ya cruzando con algún que otro grupo de excursionistas. Pero comparados con la ruta del Alba de ayer, que casi parecía una romería,  son muy pocos, en realidad sólo con tres o cuatro  grupos pequeños, de no más de tres personas. Y esto es otro atractivo que se añade a esta ruta, la soledad relativa en que se puede hacer, que junto con el silencio del bosque, lo convierte en una hermosa ruta a través de…un bosque encantado…

Ahora según bajamos, descubrimos más setas, de formas y colores caprichosos y nos fijamos más en el porte de algunos acebos que se mezclan con las hayas. Atravesamos de nuevo dos puentecillos que salvan arroyuelos que han crecido con las lluvias de ayer por la tarde. Cuando recuperamos la cobertura del móvil,  y viendo que el cielo no amenaza lluvia, me pongo de nuevo en contacto con Jose Luis, (654 38 77 60) que hace con su taxi, un todo terreno, del Principado de Asturias, la ruta desde Bezanes a Brañagallones de 10 kilómetros. Acordamos subir a las 17 horas. Son ahora cerca de las 14 por lo que tenemos tiempo suficiente de regresar al aparcamiento de Bezanes, comer y descansar, como así hacemos.

Puntualmente llega nuestro transporte. Nuestro conductor es Andrés, su hijo. Atravesamos la pequeña localidad de Bezanes para comenzar la ascensión por una pista forestal con el ancho justo para un turismo. Nos cruzamos en dos momentos con vehículos que bajan, uno de ellos arreando ganado. Y es difícil, pero la pericia de nuestro conductor consigue que podamos cruzarnos y que cada uno siga su camino sin mayores problemas.

La pista en su inicio discurre por un bosque de hayas, robles y acebos principalmente para luego salir al descubierto y continuar ascendiendo por la desnuda ladera disfrutando de unas espléndidas vistas de cimas verdes arboladas mezcladas, como en un tablero de ajedrez, con  algunos prados de un intenso color verde que se escapan aquí y allá.

Próximos a nuestro  destino, y poco después de atravesar un sorprendente  arco de piedra que casi está en el aire, se abre ante nosotros  un circo de verdes y hermosos prados verdes cerrado por suaves lomas arboladas. Las vacas pacen tranquilamente y pequeñas cabañas de piedra salpican esta braña. Y el tiempo juega caprichosamente, ya que según nos explica Andrés, conviven aquí cabañas de varias épocas, desde las originales, hasta las más modernas. Arriba, un hotel, que en su día fue de lujo y que ahora está cerrado.

Damos un breve paseo disfrutando de este idílico lugar. Idílico en verano y para pasar unos días de retiro en completa tranquilidad, pero muy duro para el invierno.

Si en un principio  valoramos la posibilidad de descender andando tomamos la decisión de no hacerlo así, ya que estábamos cansados y el paisaje no mejoraba al de la  mañana (aunque hay que reconocer que era muy difícil hacerlo), así que bajamos en el todo terreno junto con Andrés.


Aunque  era una persona callada, mientras que bajamos charlamos sobre muchas cosas, sobre como es la vida allí, como era,  sobre su oficio, y otras cosas más.

Así que sobre las 19 horas estábamos de regreso en el aparcamiento de Bezanes donde nos despedimos de nuestro conductor hasta otra, porque yo pienso regresar otro otoño, cuando el color estalle por todos los sitios y  disfrutar de la magia de estos lugares en todo su esplendor y embriagarme de su luz, de sus sonidos, de su silencio…y de su paz.

Nos estiramos un poco paseando por las calles de esta localidad y tras una ducha y una buena cena nos fuimos a la cama.

Del día siguiente, en el que iniciamos el regreso, destacar la especial belleza del puerto de Tarna con unas espectaculares vistas que se pierden entre cimas.
A la hora de comer, llegamos a Boadilla del Monte.












Mª Angeles del Valle BlázquezBoadilla del Monte, Noviembre de 2014